lunes, 23 de julio de 2007

LOS INICIOS II Camino a la Malvarrosa

Y llego el primer sábado y el segundo y el tercero y todo iba sobre ruedas (nunca mejor dicho) , era divertido, nos lo pasábamos en grande y aunque a punto estuvimos de perdernos en alguna que otra ocasión, a base de preguntar cuando por casualidad nos encontrábamos con algún lugareño y con la ayuda de nuestra intuición, supimos llegar una y otra vez al punto de inicio.
Nuestros primeros problemas fueron los perros con los que con demasiada frecuencia nos solíamos encontrar por cualquier camino, ya que aunque amigos del hombre que no nuestros, en ocasiones nos dieron algún que otro susto y fueron el principal motivo de continuos cambios en nuestras primeras rutas. ¿Cómo resolver el asunto?, pues estaba claro, comprando sendos antiperros con los que protegernos de tan incordiosos animales.
El problema fue donde colocarlos en la bici, cuestión que resultó negativa tras "el primer atraque" sufrido , en el que aquel pastor alemán casi me come antes de poder siquiera coger el dichoso aparato y pulsar el botón que provocase la huída del animal, sin contar con que al mismo tiempo había que evitar además la caída inminente provocada por el sobresalto del encuentro con el aquel bicho.

La segunda vez fue más divertida, bajábamos por una abrupta pendiente en dirección al río Turia cuando dos mastodontes amenazaban con sus ladridos salirnos al paso, vista la bajada, la distancia a los perros y lo complicado del terreno, no valía la pena intentarlo con los dispositivos ahuyenta perros, lo mejor era darle al pedal y bajar sin freno encomendándonos a la suerte y a nuestra habilidad con la esperanza de no pegárnosla y rompernos la crisma, y lo conseguimos........., pero en aquella loca huída a tumba abierta por aquella pendiente infernal, uno de los aparatitos se perdió para siempre, cuestión que nos llevó a pensar que la cosa no funcionaba, lo más seguro pasaba por buscar otras rutas alternativas hasta encontrar algún camino seguro y libre de perros, por lo que decidimos cambiar de zona y buscar algo menos apartado de la civilización que nos llevase a las cercanías del mar.
Plano militar en mano, semana tras semana fuimos perfilando nuevos caminos hasta dar con el itinerario definitivo, y así fue. Encontramos una ruta que nos llevaba a un espigón de la Malvarrosa sin mayores sobresaltos que algún que otro tractor que nos cruzábamos por aquellos lugares de paso agrícola entrados en la pedanía de "El Pouet", lugar a día de hoy desaparecido tras su reciente conversión en zona urbana.


Con aquella ruta cuya longitud se adecuaba a nuestras fuerzas y "libre de peligros de cuatro patas" , pasados unos meses nos dimos cuenta que algo más fallaba, ¿las bicis? NO, ¿las fuerzas tal vez? TAMPOCO, la respuesta la vimos escrita cual pancarta al cruzarnos una mañana con algunos bikers avezados en la materia. Nos dimos cuenta de repente que era nuestra indumentaria, los pantalones de chándal, la sudadera y las deportivas de paseo no eran el mejor complemento, aquella visión fue reveladora, comprendimos de pronto que nuestros dolores semanales de trasero y los continuos enganches del pantalón con el desviador no eran casuales ni gajes del oficio, sino fruto del desconocimiento total de la materia y sobre todo, del miedo al ridículo que algunos hemos sentido irremediablemente la primera vez que hacemos deporte en público con una indumentaria poco habitual como es un pantalón corto con culote.
Resultaba obvio que debíamos acondicionar rápidamente nuestro atuendo tras aquellos al menos dos primeros años de aventuras, (si,si, no han leído mal, dos años.....) nos propusimos un cambio radical, había que hacerlo.
Y que cambio señores, aunque nos sentimos algo raritos con aquel primer pantalón con culote, bastaron cinco minutos para vencer nuestra incomoda visión y darnos cuenta de que aquello era otra cosa, ¡ que comodidad ¡ que maravilla ! ahora si que rodábamos a placer, ¿cómo no nos habíamos decidido antes ?, la respuesta es sencilla, la falta de experiencia y las tremendas ganas de pedalear sin freno, nos habían cegado por completo no dejándonos ver más allá de nuestras narices ( o mejor dicho, de nuestras flamantes bicicletas).
Siempre fuimos amigos de las reglas, por lo que una vez encontramos aquella ruta supuestamente ideal, la seguimos durante mucho tiempo sin prácticamente modificación alguna que no fuese para optimizar sensiblemente trayecto o pasado el tiempo, mejorar el lugar donde reponer fuerzas.
Nuestra ruta preferida durante mucho, pero mucho tiempo fue Manises-La Malvarrosa, por supuesto sin apenas tocar el asfalto y el peligro que el tráfico rodado conlleva. Al principio, el premio a la llegada consistía en tomarnos una coca cola en el espigón mirando el mar para reponer fuerzas, tras un tiempo, ampliamos nuestro avituallamiento con una naranja, hasta que finalmente nos dimos cuenta que un buen bocata y como no, una buena cerveza de barril no vendría nada mal, menú que se arraigó hasta convertirse en costumbre y que ha perdurado hasta la fecha.

Esta fue la primera ruta del grupo y durante muchos años la única. Nunca olvidaremos los entrañables momentos vividos durante tantos años rodándola, siempre en constante cambio de recorrido para evitar en todo lo posible el circular por carretera.

A día de hoy es una ruta antagónica al resto en algunos sentidos: parte en dirección opuesta a las demás, es totalmente plana y... se dirige al mar. La distancia es de 44km. y esa medida es la que sirvió sin darnos cuenta ni proponérnoslo de patrón de medida para el resto de rutas, casualmente al planificarlas y luego ejecutarlas sobre el terreno daba esa medida, y ni se nos ocurrió buscar trazados alternativos para alargarlas y explorar otros sitios o bien rebajarlas ya que eran más duras que el camino a la playa, y así, esa medida que de forma inconsciente se nos había metido en las piernas dictó el trazado de las siguientes. Luego, con nuestro afán de superación y una mejor forma física aumentaríamos el kilometraje en algunas rutas.
Pero como bien dice el gran Perico Delgado "la dureza no la hace la carretera sino el ciclista". Pues fieles a esta máxima no desmerecemos de hacer de esta placida jornada de pedaleo una autentica etapa reina de nuestras salidas habiendo registrado medias de 22km/h al finalizar la misma. Son muchos los tramos de buen piso en los que rodar como auténticos "venaos" por el viejo cauce del río, a esto le añadiremos dos “sprints” realmente salvajes, uno en la zona del puerto con velocidades de 51km/h en llano y con "la gorda" y el otro en la vuelta, al subir el puente que cruza junto a la Feria de Muestras, no en vano algún día el "tío del mazo" a estado por allí esperándonos y nos ha cazado a más de uno. Siempre al grito de "endavant" las cuestas sucumben ante nuestro empuje, aunque a veces unas nos cuenten más que otras.