lunes, 1 de octubre de 2007

La nocturna (17/09/2007)

Había llegado la hora. Quedaba muy lejos el día en que planeamos esta salida nocturna animados por la lectura de otras crónicas que hablaban del tema, y como no podía ser menos, nosotros queríamos vivir esas experiencias en primera persona, así que tras la ruta “taciturna” de la semana anterior a la Muntanyeta y tal como habíamos prometido este lunes nos lanzamos a la conquista de la noche.
Las 19.30h. era la hora “H” para comenzar con los preparativos del remolque y última puesta apunto de las bicis, no hubo retrasos y eso era un signo más que evidente de lo ansiosos que estábamos por este nuevo reto. Tras los enérgicos saludos con los compañeros y comentar (no sin algo de sorna) a la vez que descartar por su dureza las rutas preparadas esta semana a través del google earth, apuramos los preparativos para salir cuanto antes. La salida de la base se produjo a las 20h. según lo previsto. La llegada al punto de partida y el desmonte de las bicis lo hacemos ya con las primeras sombras crepusculares insinuándose sobre nuestras cabezas, añadiendo así otro punto de ansiedad al comienzo del camino, es el momento y solo pensamos en aquello de “ que empiece ya….”, una foto para conmemorar este día antes del arranque y por fin empieza tan ansiada aventura.

Hemos de cruzar todo el pueblo de Riba-Roja pues el coche lo hemos dejado en el polígono industrial, en la carretera de Manises y la ruta prevista como no, es a Les Rodanes, así que nos encaminamos por la antigua vía del tren hacia el centro del pueblo y luego por la calle mayor hasta la rotonda donde cogemos el camino de Cheste iniciando la primera subida.
De verdad que es una nocturna pues las luces de la ciudad ya han quedado atrás y por tanto solo nos valen los focos de nuestras bicis, aquí en plena oscuridad y en medio del monte sin nada que devuelva al camino la luz rebotada, nos damos cuenta que algo más de luz no nos vendría mal, por tanto buscamos afanosamente el botón de la larga pero este no “si soma” y con cara de circunstancia (que por cierto, no nos vemos) seguimos pedaleando hoy con mayor soltura que otras veces en esta misma rampa, y es que pedalear para llegar solo hasta donde la luz alcanza no parece tan duro como ver toda la subida y saber que tienes que llegar allí, en la oscuridad tu meta es el limite de la luz y este al ser de no más de 4 metros hace que la pendiente desaparezca…al menos de tu campo de visión.
La conversación animada de los cuatro también contribuye a allanar la rampa, o tal vez será que la emoción puede con el cansancio. Seguimos subiendo intuyendo por donde iremos y si quedará mucho para llegar a la cima entre comentarios y risas, deseando no ver dos puntos luminosos a media altura en mitad del camino frente a nosotros, aquí alguna risa nerviosa nos dice que mejor no llamar a las “meigas” y cambiamos de tema. Intuimos que no divisamos el fin de la rampa muy cerca y efectivamente, ya estamos arriba, la noche, menos fresca de lo deseado y el esfuerzo de la subida nos hacen sudar de manera abundante por lo que paramos para echar un trago de agua y reponer fuerzas, momento que aprovechamos para apagar las luces y quedar sumidos en la más absoluta oscuridad. No podía faltar una mirada hacia arriba, y el cielo se nos muestra espléndido y cuajado de estrellas con una hermosa luna de esa Luna en fase creciente de poco más de cinco días y muy cercana ya a su ocaso, nos ilumina más el alma que el camino, pero que aún así nos da la primera alegría.
Nos encaminamos hacia un descenso en otras ocasiones veloz, pero hoy no es día para correr si no para disfrutar de sensaciones y experiencias, aromas y sonidos por lo que tirando de freno en toda la bajada vamos disfrutando de todo este cúmulo de vivencias.
Llegamos abajo dejándonos llevar en algunos momentos más de la cuenta pues la visibilidad es muy reducida pero el “lado oscuro” nos busca y esa llamada fieles a nuestro sino no podemos dejar de atenderla.
El pedaleo sigue suave pero constante durante el tramo de llaneo hasta el desvío que nos conducirá al monte, en este tramo del camino y debido como digo a la escasa luz y a que “la noche nos confunde” dudamos si hemos dejado atrás el desvío, por lo que tras unos instantes de interrogante confirmamos que nuestro sentido de la orientación incluso en circunstancias adversas no está del todo mal pues ciertamente no nos hemos equivocado. Cuidando de no meternos en una de las torrenteras que la lluvia del pasado viernes excavó en el camino, seguimos avanzando deseosos de tomar el desvío que nos sitúe en el inicio de la subida a Les Rodanes, nuevamente la falta de luz nos hace dudar donde nos encontramos pero claro, esto es como estar en el pasillo de casa y al poco nos situamos y comenzamos a subir. Igual que antes, las primeras rampas parecen más suaves que otros días, por lo que los comentarios versan en torno a realizar esta subida siempre de noche al igual que las otras rutas que hemos diseñado sobre el papel, pero de las cuales desconocíamos la dureza hasta haberlas pasado por IBPindex que nos hace ver la realidad de las rutas, marcando cotas de 90 y 116 como índice de dificultad, pues nada, esas también de noche y ya esta, asunto resuelto.
Vamos devorando metros con una facilidad inusitada y aún resuenan las risotadas por los comentarios anteriores cuando tomamos la curva a la izquierda que nos pone en la última rampa y nos deja ver, por fin, el final de esta subida.
Unas pocas pedaladas más y será nuestra. Llega el momento de parar y refrescarnos y de paso apagar luces y disfrutar de la oscuridad que nos rodea. La noche no nos refresca tanto como pensábamos debido a que la humedad ambiental es altísima y llevamos una sudada importante, cuestión por lo que decidimos parar un rato para evaporar un poco y no coger un resfriado tonto. La franja de cielo que se abre sobre nuestras cabezas dibuja la silueta de los pinos que nos envuelven. La mezcla de fragancias a pino, tomillo y romero nos embriaga acelerando la recuperación de las pulsaciones disparadas en la subida.
La sensación de soledad incrementada por el silencio es un bálsamo para nuestros oídos y nuestras almas. Permanecemos unos instantes inmersos en la contemplación de todo cuanto nos rodea y atesoramos momentos de placer que permanecerán indelebles en nosotros por mucho tiempo, esto es lo que hemos venido a buscar y ciertamente lo estamos encontrando.
El cielo, aún más limpio de lo esperábamos para esta noche mágica, esta dándonos un extra difícil de imaginar, pues estamos uniendo a este paseo otra de nuestras aficiones: la astronomía.
Nos deleitamos con la observación de estrellas, La Lira, El Cisne y el Aguila nos contemplan desde lo alto, incluso podemos adivinar la línea casi fantasmagórica de La Vía Láctea a su paso entre las citadas constelaciones veraniegas. Podemos ver estrellas de la magnitud 5, todo un lujo, ya que en lugares más cercanos a la capital, resulta imposible debido a la maldita contaminación lumínica que nos impide gozar plenamente del legado de nuestros antepasados y al que todos sin excepción, tenemos derecho de disfrutar gratuitamente. Ya estábamos olvidando lo inmenso que es el cielo por haber perdido el hábito de contemplarlo desde nuestras contaminadas ciudades, pero siempre nos quedarán Les Rodanes, esperemos.
Ahora nos acercamos al mirador que tenemos a la derecha y vemos esas luces que invaden alocadamente las ciudades ininterrumpidas desde Lliria a Valencia. Algún claro entre los campos de naranjos que salpican el paisaje de negro y al fondo recortándose en el horizonte los montes de la Calderona, que a no tardar mucho también sucumbirán a nuestras pedaladas.

Otro trago de agua y unas fotos antes de retomar la marcha con precaución, pues estamos en una bajada importante en la que ya hemos tenido en el pasado algún que otro susto importante y hoy no queremos correr riesgos. Tiramos de freno durante toda la bajada, pues de lo contrario las maquinas, ciegas, se hubieran lanzado “sin gotica de conocimiento” y sin miedo como en otras ocasiones buscando la velocidad. Trazamos las curvas sin verlas realmente, pues la luz de los faros nos engaña y nos dice tercamente que no existen y nosotros crédulos seguimos a la luz y por tanto todo es recto.
Adivinamos el camino de subida a la izquierda y emprendemos el ascenso definitivo de Les Rodanes que no del día, pues a última hora hemos hecho un pequeño cambio de recorrido y nos quedará una ultima subida para acabar bajando por donde hemos comenzado la etapa. Esta subida nos llevará al pie de la Rodana Gran aunque hoy no la culminaremos pues mañana es día de trabajo y el tiempo apremia.
No nos plantea demasiadas dificultades el recorrido, pues la sensación de que en la oscuridad las subidas no existen persiste en nuestras mentes, aunque las piernas incrédulas, se empecinan en opinar lo contrario, de esta manera y sin dejar de conversar en toda la subida, la cuesta se acaba en otro altiplano que nos hará gozar nuevamente del espectacular cielo, del silencio y los aromas que nos ofrece la naturaleza rebosante de sabia nueva agradeciendo las recientes lluvias.
Estamos disfrutando de lo lindo y si contamos esta aventura, cualquiera podría tildarla de “locura”, pero benditas estas locuras que hacemos, pues son las que nos evaden constantemente de la rutina y nos recuerdan aquello de que “no dejes para mañana lo que puedas disfrutar hoy”. Disfrutamos largamente de esta nueva parada, observando todo cuanto nos rodea y sacando algunas fotos aún a riesgo de no obtener los resultados que deseamos, pero eso no es lo importante, hemos venido a disfrutar de la oscuridad y en eso estamos. A lo lejos se alza majestuoso el perfil oscuro de nuestra Rodana que se asemeja envuelta por la que parece ser su guardián a estas horas de la noche, la Osa Mayor se muestra espléndida a lo largo de su remarcado perfil.

Momentos después nos lanzamos a la bajada con toda la precaución que nos cabe entre las manos y las manetas del freno, o sea, más bien poca, pues el conocimiento de la bajada, la emoción y el golpe de adrenalina, nos hace recordar que esta bajada permite que en algunos tramos dejemos ir la rueda olvidándonos momentáneamente de frenarla y efectivamente, de forma inmediata llega el deseado golpe de adrenalina. Se nos esta acabando la pendiente y tomaremos el camino de la izquierda al final de la urbanización Monte Horquera y esta carretera asfaltada nos llevará hasta la cantera, momento en que giraremos otra vez a la izquierda entrando en el camino de Cheste. De pronto alguien dice ¿pero que son esos crujidos?; rebaños de caracoles nos salen al paso en busca del frescor nocturno y por más que lo intentamos, no podemos evitar el aplastamiento de muchos de ellos que sucumben bajo nuestros neumáticos, en fin, cosas de la noche. A nuestras espaldas quedan ahora los toboganes, esa zona que tanto nos entusiasma y que no tardaremos en recorrer, eso si, a plena luz del día.
En este punto y debido al efecto “cúpula”, disfrutamos nuevamente de la visión celeste en todo su esplendor, por lo que decidimos hacer otra pequeña parada para gozar nuevamente de todo aquello que hemos venido a buscar aquí. Sin nada que nos tape la vista excepto las montañas lejanas que se recortan a contraluz con las luces de la ciudad, resultaría espléndido de no ser por la contaminación lumínica que tanto nos molesta en nuestras observaciones astronómicas y que de paso, perjudica notoriamente a las aves confundiéndolas en sus ciclos migratorios, pero en fin, lo de ahorrar energía por lo visto no va con las administraciones públicas.
Tan solo nos queda rematar la faena y dirigirnos hacia el punto de partida para volver a casa, ¡ que lástima !

Nos ponemos en camino haciendo ya un primer balance de la ruta y comentando las anécdotas ocurridas sin dar tiempo siquiera a terminar el recorrido, pero es que la experiencia a sido tan plena y placentera que podemos esperar a llegar a la base. Los últimos kilómetros los recorremos rápido, pues el terreno pica hacia abajo pero sin grandes pendientes y el pedaleo se hace cada vez más suave y redondo, además la última subida ya conocida, sabemos que no nos planteará problemas y tras ella, vendrá la bajada que nos devolverá a luz y en consecuencia a la cruda realidad, sacándonos de un zarpazo de la naturaleza y metiéndonos de lleno en la jungla de asfalto, esa “naturaleza” más salvaje que el monte incluso de noche, que hace pocos metros hemos dejado atrás.
La experiencia tal y como pensábamos ha valido la pena, por lo que no descartamos volverla a repetir algún día.

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