jueves, 8 de noviembre de 2007

Ruta Rebalsadors (06/10/2007)

Comenzamos a saber de esta ruta el día que fuimos a por las nuevas bicicletas. El propietario de la tienda nos habló de ella, diciéndonos que estas MTB eran inmejorables para enfrentarse a ese terreno y, desde entonces, era una de esas rutas soñadas que por fin hoy íbamos a desmitificar…o no.
A partir de ese momento, la búsqueda de información sobre la Sierra Calderona en distintos libros y webs fue in crescendo, hasta que en nuestras mentes, Rebalsadors se convirtió en ese lugar mágico y fascinante que anhelábamos conocer.
Encontramos un track cuyo análisis nos hizo calibrar la ruta como accesible a nuestras cada vez más consistentes piernas. Partía de Serra y ascendía de un tirón casi 500 metros en unos 7 kilómetros, hasta llegar al vértice del alto de Rebalsadors, para descender a la Cartuja de Porta Coeli a través del barranco de Pedralvilla. Finalmente, pasando por las inmediaciones del sanatorio de Pora Coeli, a unos 200 metros de altitud, se cerraba el círculo con una ascensión “rompepiernas” hasta Serra.
Pues nada, salimos de la base en dirección a Serra guiados por el GPS para llegar al punto exacto que teníamos como inicio de la ruta, exactamente situado junto a la fuente de San José.
Una vez allí y tras descargar las burras del remolque nos ponemos en movimiento por una pendiente asfaltada, primero por la carretera y luego por un camino a la izquierda que nos llevará a nuestro terreno.
Ya nos tenía asfixiados la pendiente cuando acaba el asfalto y el camino de subida a la montaña comienza a mostrarse con toda su dureza, pues las piedras sueltas que nos acompañarán en todo el recorrido serán una constante excepto en los tramos asfaltados, vamos ganando altitud mientras a nuestros pies crece con la altura la excelente panorámica que metro a metro se magnifica.

Y no es para menos pues el valle Valenciano se acrecienta ante nuestra atónita mirada. No es menos estimulante el paisaje que nos acompaña en el interior de la montaña, un bosque tupido e impenetrable que nos envuelve en su aroma y frescor. Grandiosidad es la palabra que mejor define lo que estamos descubriendo aunque nos faltan adjetivos para expresar tanta belleza. Las paradas para hacer fotos se suceden ya que lo nuestro no es una carrera, hemos venido como de costumbre a disfrutar de las rutas, y éstas siempre tienen algo nuevo que ofrecernos. Parece que hoy nos estamos olvidando de pedalear pero no es así, pues aquella primera pendiente que encontramos aún no la hemos abandonado y la sufriremos por espacio de 7km. La dureza de tantos km. acumulándose en nuestras piernas se va notando. La pendiente, sin ser asfixiante es exigente, pero al menos nos permite respirar por lo que vamos recuperando las pulsaciones y conseguimos avanzar con mayor soltura, sin atascarnos. Nos estamos cruzando con muchos bikers, aunque ellos bajan y nosotros subimos, como los envidiamos en este momento, pero ya nos llegará el turno a nosotros. Con el paisaje acompañando y calmándonos en nuestro sufrimiento, llegamos a la fuente del Lentiscle.
Una parada para recargar agua y seguimos subiendo. Antes de emprender el camino oímos como se acercan dos coches, digo oímos más que vemos pues van a una velocidad nada normal para ir por aquí, o es una persecución o estamos en medio de algún rally. Por gracioso que suene no lo es en absoluto; a parte del peligro que suponen para nosotros los coches, a esa velocidad además destrozan los caminos y levantan una polvareda que nosotros, sin unas ventanas que nos protejan, nos la comeremos toda. Intentamos no meternos en las carreteras, que son su terreno, para no ralentizarlos, pero ellos ni siquiera aquí nos respetan pasando un poco más despacio, lastima, ¿alguien recuerda aquella bella pero bastante olvidada palabra llamada respeto? Bueno, seguimos a lo nuestro que es subir la montaña. Poco a poco vamos llegando arriba y nos encontramos un desvío que nos llevará al vértice geodésico y al mirador de Rebalsadors; ahora a quien encontramos son un par de motoristas “inventando caminos”, degradando las laderas y de paso arrasando con la flora y con el terreno, para que no puedan arraigar las plantas por allí por donde pasan. Ya solo nos queda por ver los quads. No tenemos nada en contra de que la gente suba al monte como quiera, pero siempre con respeto hacia la naturaleza y hacia quien por ella transita; las bicicletas con relación a esto son el medio de trasporte más respetuoso y menos agresivo con los terrenos que pisan ya que no los degradan en condiciones normales. Si uno va en coche o moto y circula por los caminos ya existentes y a una velocidad moderada, sin levantar polvaredas, humos y sin grandes acelerones que deterioren el camino, y respetando a quien más tiene que perder, por nosotros no hay problema, otra cosa es lo que habitualmente nos encontramos. Todo esto lo decimos como amantes de la naturaleza, bikers y habituales usuarios de todo terreno, o sea, con conocimiento de causa. Pero sigamos comentando la ruta de hoy.
Al poco de iniciar este camino hacia la cumbre comienza a abrirse ante nosotros la perspectiva del otro lado de la montaña… mejor dicho, de este también, y del otro y del otro, o sea que tenemos una visión circular; esta se hará más intensa en el vértice geodésico, uno más a nuestra colección, y con él una nueva bandera de cumbre conquistada, aunque antes de alcanzarlo nos espera una rampa realmente dura, como si fuera un último reto a superar o el último guardián custodio antes de conseguir nuestro premio. Lo superamos, como no. Y allí esta. Todo. Trescientos sesenta grados de visión a nuestro alrededor, realmente magnifico. Estamos a 800m. sobre el nivel del mar, ese mismo mar que vemos frente a nosotros, más cerca de lo que realmente está, aunque su grandeza y la privilegiada perspectiva que nos ofrece la altura lo haga parecer cercano. Contemplamos “ojiplaticos” todo a nuestro alrededor y nos vamos situando, o mejor dicho vamos ubicando cada cosa en su sitio y las vamos identificando, reconociendo aquí y allá un monte o una ciudad o la costa o el aeropuerto, y como no, nuestras “Rodanes”, siempre presentes. Ante su visión no podemos dejar de comentar su dureza; sus cortas pero terribles rampas son hasta ahora la prueba más dura a la que nos hemos enfrentado.
No nos cansamos de mirar a nuestro alrededor y contemplar todo cuanto se nos ofrece, el espectáculo es en sí mismo grandioso, casi no tenemos tiempo de asimilar lo que vemos pues nuestra atención se centra ya en otro punto, y en otro, y así sucesivamente. Nos viene a la mente aquello del “síndrome de Stendahl” pues tanta belleza junta no es fácil de asimilar.
A esta altitud el viento sopla con intensidad y junto con el frescor propio de primeros de octubre hace que el sudor de la subida se nos esté enfriando en el cuerpo por lo que lo mejor será no quitarnos la mochila, que algo de viento sí que nos quitará. Pero ni siquiera esta circunstancia hace que nos decidamos a emprender de nuevo el camino, así que nos disponemos a almorzar aquí mismo, pues no pensamos que podamos encontrar otro sitio mejor. Tras hacer una foto a un compañero biker de nombre Wyso e intercambiar los e-mail, seguimos comentando lo que vemos aquí y allá y nos llaman la atención unas inmensas columnas de humo que tras ubicarlas en el espacio hacia el sur, las identificamos como la quema de los arrozales tras la cosecha, estas inmensas columnas de humo sin embargo, no nos impiden ver más allá de ellas la línea de la costa, recortada sobre un mar de plata con el reflejo del sol matutino que asoma entre las nubes que han ido creciendo mientras nosotros subíamos la montaña. También al sur, reconocemos a lo lejos, al final de la cordillera montañosa que integran la sierra de Aitana y la Gallinera, el inconfundible perfil de “El Montgó”, elevándose desde la línea del mar como si de la misma agua marina se alimentara a través de ese cordón umbilical que constituye el cabo de San Antonio. En el lado opuesto, hacia el norte y tras el telón de picos emergentes de la sierra de Espadán, también reconocemos el “Penyagolosa” elevándose majestuoso por encima de todas las montañas y haciendo valer sus 1813m. de altitud para dominar en su impasible vigilia casi toda la Comunidad Valenciana y parte de Teruel.

Tras el avituallamiento, que hoy ha sido algo más complicado de lo normal por no haberse descongelado totalmente nuestras cervezas a causa de las bajas temperaturas, nos ponemos en camino hacia el mirador de Rebalsadors. Saciado nuestro apetito físico, y con las endorfinas por las nubes después de nuestro “avituallamiento paisajístico” no nos quedan ganas de bajar por la trialera que nace allí mismo en el vértice y que desciende hacia Serra de manera directa; aún queremos más. Descendemos hacia el mirador popularmente conocido como mirador de Rebalsadors, tomado el nombre del monte cercano al que se ubica, sin embargo el verdadero nombre de este mirador es “mirador de Mireya” tomando el nombre de una voluntaria que por su amor por esta sierra participó en la extinción de los devastadores incendios que asolaron la sierra en los años 80 y posteriormente en su reforestación.

Desde allí, descubrimos a nuestros pies, bajo la montaña, la cartuja de Porta Coelli, comenzada a contruir en 1274, una inmensa y majestuosa edificación situada en un enclave “divino” que le da a todo el conjunto un toque de mágica serenidad y sosiego, precisamente lo que creemos que buscarían los monjes cartujos en su día al elegir tal ubicación.

No nos dan ganas de emprender la ruta y por lo tanto la bajada, pues estamos disfrutando tanto de las vistas que lo alargaríamos eternamente, pero un vistazo al reloj nos dice que es la hora y toca ponernos en marcha, con lo que nos dá una buena excusa para repetir esta ruta. Pues allá vamos. En la bajada, nos esperan casi 600m. de desnivel, y las primeras rampas nos dictan la tónica que nos espera en los km. de bajada. El primer tramo hasta el desvío ya lo conocemos de la subida, no es malo pero tiene mucha piedra suelta, aunque afortunadamente no muchas roderas, pero como la “ley de Murphy” también vive en las montañas, la única rodera que encontramos en toda la bajada es precisamente en la que nos meteremos, llevándonos un buen susto pues con la velocidad no hay tiempo ni para esquivarla ni para intentar salir de ella y solo queda agarrar fuerte el manillar y confiar en los elementos, los de la bici, claro esta. Estos responden sin problemas, es más, seguro que quieren más caña pues las bicis se lanzan temerarias buscando el lado oscuro del descenso donde, aquí y allá hay una piedra algo más grande o un bache más pronunciado. De repente suena una voz de alarma “parar….parar”, y con el susto en el cuerpo tiras de freno y detienes la bici en menos metros de lo que podrías imaginar, te vuelves para ver lo que pasa y esa misma voz te dice: “a eso hay que hacerle una foto”…. miras y haaaaala….sí, sí una foto. Que preciosidad. Y como una imagen vale más que mil palabras, pues ésta es: otra foto al canto.

Continuamos la bajada después de inmortalizar nuestro paso por tan idílico lugar. El camino que habíamos dicho que no estaba tan mal se va estropeando por momentos, pues las últimas lluvias han arrastrado más tierra cuanto más abajo estamos y además, la velocidad que llevamos también hace que los obstáculos se noten más, pero como hemos dicho anteriormente, lo dejamos en manos de nuestras máquinas, las cuales se han ganado sobradamente la confianza que en ellas depositamos. La intensa fragancia a monte, que nos iba acompañando todo el camino, se multiplica en esta parte de la bajada con el colosal pinar que nos envuelve, nos arropa en su aroma fresco y a la vez intenso. Parece que las últimas lluvias han dejado tras ellas una importante dosis de sabia nueva y vida, el verde intenso de las ramas más jóvenes así nos lo cuenta. Otra vez la voz que nos dice que paremos, esta vez ya no nos alarma e instintivamente buscamos a nuestro alrededor, casi sin tiempo a detener la bici, para encontrar otro paisaje que se nos ofrece pletórico, en todo su esplendor, inundando nuestras retinas y obsequiándonos con un subidón de endorfinas. Nueva parada fotográfica y por enésima vez nos ponemos en movimiento.

No será la última, pero a estas alturas no nos molesta lo más mínimo este tipo de paradas pues sabemos que nos compensarán con creces el rompernos el ritmo de descenso, es más, casi esperamos tener que volver a parar. Entre estas, ya estamos llegando al final de lo que es la bajada propiamente dicha y entramos en un terreno rompe piernas de constante ondulación, tras pasar una zona de chalets enclavada en el barranco de Pedralvilla, el terreno llanea hasta llegar a la carretera de la Cartuja. Por esta carretera asfaltada ascenderemos hasta la misma para gozar por unos momentos de la paz y tranquilidad que este lugar destila.

Empapados en ella nos lanzaremos hacia abajo con la prisa que nos insufla el amago de pinchazo que hemos sufrido en una de nuestras maquinas, y es que pobrecitas, con lo que han tenido que lidiar hoy no le tendremos en cuenta este pequeño percance. De todas formas, antes de cambiar la cámara nos decidimos por hinchar un poco a ver cuanto aguanta y, con este “parche” nos lanzamos como hemos dicho en busca de la bajada que nos llevará veloces a empalmar con la carretera de Serra, que en un continuo sube-baja “rompepiernas”, nos dejará a pie del pueblo en una rampa que a estas alturas de la jornada no es lo que esperábamos con más ganas, pero es lo que hay y toca subirla; así que tirando de desarrollo y acompasando el ritmo pedaleamos para arriba sabiendo que esto se acaba y preparando en nuestras mentes los comentarios que vamos a hacer en cuanto esto termine. Con tantos recuerdos, imágenes y experiencias vividas en tan pocos kilómetros será difícil decidir por donde empezar.