martes, 2 de diciembre de 2008

Ruta de La Hoz del Cabriel

"Gaudir de les excursions fantàstiques i dels bivacs, anar a la trobada del sol, però també alguns dies avançar enmig de la boira o del mal temps i obtenir d'això cert plaer, endevinar un itinerari, tenir gana, set, calor, fred, somiar altres aventures, tot això són també els horitzons conquerits." Gaston Rébuffat. Horitzons conquerits
Cambiada la ruta de la semana anterior al Caroig y temiendo que el tiempo nos obligara a hacer lo mismo esta semana, estábamos que nos subíamos por las paredes de ganas de pedalear.
No es que Sant Miquèl nos supiera a poco hace 7 días, que va. Es que las semanas para salidas están muy caras y, cuando una se tuerce nos deja con un “noseque que queseyo que yonose, quepaqué” en el cuerpo que luego hay que resarcirse a golpe de pedal.
Pues bien, la meteorología nos acompaña hoy por los pelos, así que desafiando toda precaución, tras las intensas lluvias de la semana y con posibilidad de tener que enfrentarnos a caminos embarrados (aunque tras la consulta a la red de estaciones meteorológicas nos decían que en la zona las lluvias habían sido menos intensas), nos fuimos ilusionados camino de Villargordo del Cabriel, con el objetivo de realizar una ruta por una zona mágica:

Los Cuchillos y Hoces del Cabriel.

Nos dirigimos por la A-3 como hace un año, el mismo sábado del gran premio de motociclismo en Cheste. Bastante tráfico hasta llegar al circuito, aunque curiosamente vemos menos motos de las esperadas. El resto del camino, muy tranquilo, nos deja ver el cambiante paisaje que se desliza veloz al otro lado del cristal. El aire que entra por las toberas del coche es cada vez más fresco conforme nos acercamos a nuestro destino, y los viñas, al abrigo de ese viento y teñidas de rojo darán su sangre liquida para nuestro deleite en forma de riquísimos vinos valencianos. No en vano estamos atravesando la D.O. Utiel Requena de reconocida y merecidísima fama vitivinícola. Llegamos a Villargordo dirigidos con maestría por la “martita” que cada vez se va integrando más como miembro de pleno derecho del grupo. Aparcamos bajo la silueta de lo que creemos es una señal de los dioses y cualquier día tomaremos como símbolo y enseña de nuestros tótems; el toro de Osborne que se yergue majestuoso en la ladera de la montaña, cuestión que provoca que la retina fotográfica de Salva se ponga en marcha al observar de repente una casuística estampa, un posado del toro y nuestro “torito” ha quedado ya para siempre en imagen. Así pues, como toros nos pondremos para afrontar algunas partes de la ruta de hoy.
Con la imagen taurina en la retina nos ponemos en marcha para llegar enseguida a la antiquísima N-III y ver el cartel que anunciaba y anuncia todavía las cuestas de Contreras, en otros tiempos temidas por los conductores y hoy justito respetadas por los ciclistas, o mejor dicho por ciertos ciclistas, tiempo atrás simplemente nos hubieran destrozado, hoy son un buen aperitivo para calentar musculatura.
Caen las primeras tomas fotográficas de la mañana como no podía ser de otra forma nada más empezar a dar pedales, y el viento susurra serias amenazas de “capado de tarjeta”, pero es que la montaña destila belleza por doquier y esto no ha hecho nada más que empezar.
La subida por asfalto al que el paso del tiempo no ha dejado inmune por una carretera cuasi abandonada, nos permite disfrutar del paisaje, los aromas de dos inmensos pinos al borde de una curva. Llegamos rápido arriba y nos lanzamos para abajo a buena velocidad, vemos a la izquierda el camino por el que regresaremos y seguimos bajando por una pendiente no muy pronunciada pero con curvas en zig-zag que nos dibujan en la cara una sonrisa de satisfacción por las apuradas de frenada.
Pasamos por la antigua cementera Turia y el poblado semi abandonado de Contreras para llegar hasta el pie de la presa que cruzaremos por el puente que separa Valencia de Cuenca. Como no hace muchas fechas volvemos a dejar atrás tierras valencianas a lomos de nuestras monturas cual quijotes en busca de aventuras por tierras manchegas.

Unas cuantas fotos después, seguimos bajando hasta la orilla del Cabriel para encontrar un río tranquilo y calmo hasta lo indecible. La vegetación que crece en el fondo del río de aguas cristalinas llega hasta la superficie asomando apenas al calor que poco a poco se adueña del día. La estampa no puede ser más idílica: el río es un espejo moteado, quebrado por las plantas subacuaticas; el reflejo de la montaña cubierta de árboles y el cielo de un azul tranquilo se reflejan en la superficie inmaculada y transparente del agua.
Seguimos su curso poco menos de un kilómetro hasta llegar a un azud que es el responsable de este remanso de paz y sosiego.
Llegamos al parking junto a la estación de aforo y pasamos por la zona de recreo y multi aventura, estamos apunto de entrar en el parque natural de las Hoces del Cabriel cuando
un guarda nos sale al paso para comunicarnos que el acceso en bicicleta está prohibido desde 1995 y que no podemos pasar. Este track que estamos siguiendo lo sacamos de Internet, (no recuerdo de donde), lo contrastamos con todo tipo de mapas para comprobar su continuidad por caminos seguros, lo que no podíamos imaginar es que entrara por una zona restringida y que quien lo colgó en la red no avise de esta circunstancia, es inaudito una circunstancia así, colgar tracks a cualquier precio no es responsable ni ético, pedimos por el bien de todos los que disfrutamos con este deporte que ante circunstancias adversas en el seguimiento de un track se avise para que otros puedan tomar las medidas apropiadas. Uno puede vadear un río y poner el track a disposición de todos, pero si nos avisa de esta circunstancia nos facilitará a todos saber a qué enfrentarnos.
La verdad es que no entendemos el porqué de esta medida, cuando la bicicleta es un medio de locomoción de lo más respetuoso con el entorno, ni contamina, ni degrada, ni hace ruido; además no hay posibilidad de salirse del camino, o al menos no más que si vas a pié o a caballo.
En fin, obligados por las circunstancias y con carita de poker, damos la vuelta intentando aún digerir el gancho de izquierdas al estómago que nos han encajado. Casi KO pero no del todo, volvemos sobre nuestros pasos hasta una gran roca a pie de río que nos servirá de acomodo mientras almorzamos y decidimos la estrategia a seguir a partir de ahora.

La calma del lugar, el almuerzo y la cerveza nos darán fuerzas para sobreponernos del imprevisto y rediseñar la etapa, no nos queda otra. Así que completaremos el resto de la ruta iniciándola por donde teníamos previsto terminarla llegar hasta donde podamos, para luego volver sobre nuestros pasos y finalizarla.
Pues nada, nos queda “desbajar” el puerto y enfrentarnos a las palabras que le dedicamos antes a las cuestas de Contreras. Estas, ante nuestra inesperada aparición se ceban con nosotros durante 4 largos kilómetros de ascensión, no muy dura pero que va dejando huella tal vez por lo cansino del asfalto, sobre todo lo notaremos al final de la jornada con la acumulación de metros subidos en las piernas. Como decía, ahora tan solo la monotonía del asfalto ya nos está matando y para postre, el sol asoma de cuando en cuando entre nubes y calienta de lo lindo. Llegamos otra vez al desvío y por fin, a nuestro terreno. Se indica la ruta a un mirador que dejaremos atrás para después, si es que aún tenemos ganas de más excursiones.
Aquí también vemos muchas setas que intuimos no son comestibles, nada que ver con las que recogían en los montes de Fredes. Dejada atrás una espesa pinada nos adentramos en La Cañada Moluengo, un pequeño valle sembrado de vides. Los tonos rojizos de sus hojas contrastan con el ocre del terreno cenagoso saturado de lluvia y, con el verde fuerte y limpio de los pinos en las laderas cercanas. En algunos puntos los charcos del camino no se han secado y tenemos que vadear como podemos, pero la tónica general es de un camino al límite de saturación, el terreno arcilloso hace que circulemos por una tierra tan fina como arena de playa, cuestión que provoca un dulce crepitar de esta bajo nuestras ruedas con un sonido increíblemente hermoso.

El firme tan húmedo dificulta el avance y a veces nos clava en el terreno, no es excesiva la molestia y sí grande la recompensa, no tenemos muchas oportunidades de circular por este tipo de terrenos y por eso lo disfrutamos. Vamos siguiendo indicaciones de Pr y Gr que señalizan los infinitos caminos que surcan la Sierra del Rubial en dirección al Pico Moluengo, cima de la sierra con su 1040 metros y hacia el nos dirigimos con ánimo.
Las infinitas vistas que se derraman por sus cuatro costados al llegar a su cumbre no serán hoy una recompensa para nosotros, pues, las abundantes nubes que han ido cubriendo el cielo y la neblina disipada por el calor nos impedirán disfrutar en su totalidad de este maravilloso enclave entre dos tierras, aunque la meseta castellana gane la partida a la llanura valenciana, pero bueno, otro vértice conquistado para nuestra colección particular. Es una larga lista ya la que ha sucumbido al empuje pedalistico del grupo.
Saborear los paisajes que nos brindan estos rincones elevados nos devuelve parte de la energía perdida durante la semana. La vertiginosa bajada, con buen firme aunque con algún punto técnico, nos pondrá a prueba los nervios y nos hará pasarnos el camino que sale a la izquierda y continúa bajando hacia el puente de Vadocañas, precioso puente de origen romano y antigua vía de paso entre Valencia y La Mancha. No nos acercaremos a él, poco después cogeremos un camino a la derecha y dejaremos el que sigue bajando hacia el puente. El camino describiendo un ligero giro a la derecha, va bordeando la montaña para salvar el barranco del Cinabrio, este se funde en el río Cabriel dejando en su margen derecho el “Cerro del Purgatorio” y el mirador del mismo nombre. Sobrecogedora la grandiosidad del basto paisaje que se abre ante nosotros. El río cincela un meandro entre las montañas abiertas a cuchillo, no los hemos visto, pero estamos viendo su inmenso poder. El imponente cañón abierto a nuestros pies nos deja boquiabiertos y sin palabras. Incluso tras la asimilación y la reflexión de qué contar sobre este lugar, se empequeñecen las palabras para describirlo. Es un sentimiento tan abrumador que sencillamente, te conmociona.

Sobre la meseta podemos distinguir las ondulantes curvas que el curso del agua ha ido labrando en la roca a lo largo de centenares de miles de años, vemos salir el angosto paso de la ladera que queda a nuestra derecha, casi al frente, un giro pronunciado a la izquierda lo lanza directo hacia nosotros y justo entonces en un giro de 180º se aleja de nosotros para desaparecer en otro giro a la izquierda, dejando en medio una sonrisa eterna en medio de la montaña erosionada. Las altas paredes construidas por el tiempo alrededor del río crean inmensos meandros y revueltas; estamos en Las Hoces del Cabriel.
El lugar es tan bello que decidimos parar aquí a comer y detener el tiempo tanto como nos sea posible.
En este privilegiado enclave donde nos encontramos, no hay rastros de humanidad. El silencio solamente roto por las aves que de vez en cuando nos sobrevuelan como a intrusos, o tal vez por el rumor lejano del agua rompiendo contra las rocas que algún día dejaran de estar ahí, vencidas por la erosión de la interminable corriente. Comemos sumidos en más silencios que de costumbre tal vez y de forma inconsciente, por miedo a romper el abrumador silencio en el que estamos inmersos. No queremos dejar pasar la oportunidad de reencontrarnos con nosotros mismos y sumidos en nuestros pensamientos, contemplamos las graníticas paredes manchegas horadadas por la furiosa fuerza del agua. No olvidemos que el río es la pared invisible que separa Valencia de Cuenca y, río debajo de Albacete. Cual lagartijas tumbadas en la roca intentando recoger un poco de sol que asoma cada vez más tímidamente entre nubes, nos damos una pequeña “becaeta” tras el café fundiéndonos en este entorno que asemeja a un paraíso terrenal.
Pero ya no da más de sí el tiempo y toca partir. Unas cuantas fotos más para atrapar la estampa y nos ponemos en marcha ondulando por el camino que serpentea copiando el discurrir del río por la ladera.
La siguiente parada nos lleva a la Hoz de Vicente. Dejamos las bicis en unos postes de madera y emprendemos un pronunciado descenso a pié por la ladera, las piedras del camino no nos facilitan la labor de andar con las zapatillas de ciclista pues, los enganches metálicos resbalan sobre las piedras. Aun así conseguimos bajar hasta el mirador, para quedar otra vez hipnotizados por el espectacular panorama. Esta vez, el río está justo debajo de nosotros y se nos muestra desafiante a unos 70 metros bajos nuestros pies.

En el anterior mirador debido a que la ladera hacia un pronunciado descenso no estábamos justo encima del acantilado sobre el río, pero en esta ocasión sí que es así. La prudencia nos aconseja dejar algo de distancia hasta el mismo precipicio que en caída libre, llega hasta el agua. Nos haremos unas fotos lo más cerca del borde que nos permiten nuestros compañeros, más prudentes que nosotros mismos a la hora de elegir posición junto al acantilado. No hay que tomarse a broma la considerable altura que alcanzan estos farallones que nos arruinarían una preciosa excursión si no actuamos con prudencia. Absorbemos fotones por doquier tanto como nuestras retinas son capaces antes de dirigirnos de nuevo hacia las bicicletas y continuar con la ruta, pues, todavía nos queda otro mirador en el camino. Seguimos subiendo por un terreno que parece no terminar nunca de ascender. Esta sensación nos acompaña desde hace ya un buen rato. El barro acumulado en las ruedas hace que estas pesen el doble y tengan mucho menos agarre, acrecentando la sensación de dureza de las subidas, el terreno pedregoso en algunos lugares también nos da esa sensación.
No muy lejos encontramos el desvío a la izquierda hacia nuestra última parada programada del día. La “Hoz del rabo de la Sartén”.
Tan similar a la anterior como dos gotas de agua. Sin embargo esto no le resta ni un ápice de belleza. Otra vez nos acercamos con precaución al borde del acantilado para observar la caída. Tenemos aquí la oportunidad de observar un chopo con su vestido amarillo de otoño que inmortaliza nuestra “Nikoleta” para la posteridad. Pensábamos que la vegetación de ribera estaría más presente en la zona fluvial, pero excepto por este solitario ejemplar, en la zona de las hoces no hemos visto mas que pinos.
Podemos divisar a lo lejos, la montaña mutilada que vimos antes en la bajada a la presa. Ahora la vemos desde el otro lado, intuimos que justo allí están los cuchillos y observamos la considerable vuelta que hemos dado por el interior de la sierra. Son más de las cuatro de la tarde y las nubes de color amenazante que ocultan el Sol nos están dejando sin luz , además aún nos queda un buen tramo de subida y bastantes kilómetros por cubrir, así que con pesar, nos despedimos de las Hoces para iniciar el regreso internándonos nuevamente por los caminos interiores de La Sierra del Rubial.
Todavía nos queda un fuerte tramo de desnivel que nos llevará a unirnos al camino de la Fonseca; este camino es el que baja hacia el río, dicho de otro modo; este es el camino por el que hubiéramos tenido que subir si todo hubiera rodado como estaba previsto. Nos quedamos con las ganas de bajar y poder contemplar el río de cerca y de paso ver la zona de los cuchillos desde la parte valenciana como nos indicaron a la entrada del parque, pero lo avanzado de la tarde unido a los más de 300 metros de desnivel que luego tendríamos que subir hasta aquí más lo que nos queda por delante, desaconseja a todo el que esté en su sano juicio y a estas alturas de la ruta en que nos metamos en esa batalla. Además, haciendo balance, no es que la ruta haya dado poco de sí, todo lo contrario, los monumentales espacios naturales y la belleza de los rincones nos han dejado un sabor de boca inigualable. Como bala en la recámara tenemos otro mirador antes de coger la carretera asfaltada de las cuestas. Lo habíamos dejado en previsión de no gastar fuerzas, al ser el tramo final si nos vemos con energía de afrontar la subida lo haremos, pero si no, ya nos damos por satisfechos.
Así que para arriba. Poco a poco vamos ganando metros a la montaña. La sucesión de rampa fuerte con un pequeño descansillo antes de enlazar con otra rampa fuerte, nos está vaciando el depósito, pero afortunadamente los descansillos nos oxigenan lo suficiente para poder abordar el siguiente tramo. Es aquí donde el torito a imagen de su homónimo de Osborne, nos hace ver el porqué de este sobrenombre: como si la rampa no fuera con él va tirando de pedales y sacándonos de punto, nos va esperando de sombra en sombra para volver a tirar del grupo como si nos metiera prisa, creo que se está ganando a pulso un ascenso, y el calificativo de toro de manera inamovible. Una culebra varada en el camino parece adoptar la silueta serpenteante de las Hoces, no sabemos quien imita a quien; quizá la adaptación común a lo largo de miles de años les haya dado esa característica que las hermana; bastará click y “a la saca” digital.
La rampa interminable parece tocar a su fin, cuando divisamos ante nosotros otra vez el valle rojizo cubierto de vides.
No perderemos la ocasión de inmortalizarlo digitalmente, antes de abordar el último tramo de la etapa. Llegados al desvío del mirador y tras ver la rampa que se eleva desafiante hacia el Cerro de Peñas Blancas, decidimos que no estamos ya con fuerzas para abordarlo a un ritmo que nos permita disfrutar de suficiente luz, podría servir esta o cualquier otra excusa, pero resultan poco convincentes. La rampa de entrada nos desanima más que cualquier otra cosa, las fuerzas ya no están para muchas alegrías y además estamos deseando finiquitar una ruta que ha resultado verdaderamente fantástica aunque eso si, tremendamente agotadora.
Así que retomamos la vieja carretera asfaltada iniciando el último kilómetro de ascenso en el día de hoy.
Ya estamos sacando conclusiones y recordando anécdotas y curiosidades. La lección más importante que hemos aprendido hoy es “la buena actitud que todos hemos demostrado al afrontar la adversidad”, nada más iniciar la jornada. El contratiempo nos ha hecho volcarnos en buscar de inmediato una solución, en lugar de regodearnos en un problema sin solución. Al final el espíritu de camaradería y compañerismo ha salido fortalecido y como no hay mal que por bien no venga hemos conquistado un vértice que de otra manera se nos hubiese antojado complicado.
Afrontamos la bajada hacia el coche con ganas de descansar nuestras posaderas en asientos más adaptados a su tamaño.
Una última foto de grupo junto al toro con el sol oculto tras su lomo, será la nota conmemorativa de la nueva hazaña de hoy y pone el punto final a un intenso día de amistad, deporte, naturaleza, buen feeling y diversión, elementos que sabiamente mezclados en su justa medida, son en definitiva, nuestra particular meta. ¿Qué más se puede pedir, compañeros?